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COVID-iotas – De una nueva especie que alimenta la discriminación

Fabián LLanos

 

Esta pandemia nos está mostrando un poco de todo.

Que cosas son importantes, cuáles son irrelevantes y luchan por “mascarar” su importancia ficticia, fenómenos inesperados.

La discriminación siempre está agazapada, esperando algún momento de debilidad para mostrarse increíblemente viva en momentos en los que la solidaridad humana debería dar un golpe de gracia a este fenómeno.

Así, la pandemia sacó a la luz una nueva especie de discriminadores, los COVID-iotas. Estas serían una serie de personas a los que el virus COVID-19, pareciera haberles afectado en cierto sentido el discernimiento, y de allí, podría encontrarse una explicación a su modo de obrar.

¿Te ha pasado que, si tenés un médico en la familia, un médico amigo, un médico vecino, o bien conocer personas que trabajen relacionadas al ámbito de la salud, habitualmente te deja con cierta tranquilidad? Esto porque “cuando las papas queman”, podés tener una opinión de confianza con relación a tu salud, o la de una persona muy querida para vos ¿No es así?

Pues bien, ha sucedido que personas que están en situación de trabajo en el ámbito de la salud, han sido objeto de notas dejadas en al acceso de ascensores, en la entrada de edificios lugares en donde los COVID-iotas pregonan el slogan “que vivan los médicos…pero que vivan lejos”.

La discriminación siempre mostró no tener límites, y en épocas mezcladas de zoom y coronavirus es asombroso, por lo menos para mí.

Lo que sucede con las personas que se dedican al cuidado de la salud de otras, incluso poniendo en riesgo la suya, muy cerca de infecciones, de las que quienes nos dedicamos a otra cosa, saldríamos disparados.

Lo cierto es que la discriminación no tuvo reparos en discriminar a personas que desarrollan sus actividades laborales en ámbitos laborales en roles de enfermeros, médicos, bioquímicos, laboratoristas, etc.

Tantas veces en los hospitales públicos argentinos, y en estas épocas pandémicas se han visto reclamos de profesionales de la salud por no contar con los elementos de protección necesarios en el trabajo, abocados a la atención de casos de pacientes con COVID-19, y en algún caso con fallecimiento de estas personas, tal como ocurriera con el Jefe de Terapia Intensiva de un hospital de la provincia del Chaco. Doloroso ese caso y tantos otros vistos en Argentina y todo el mundo.

El tema de discriminación lo desarrollé mucho más en la obra “Elogio de la Evolución”. Allí, entre diversas cuestiones precisé que la discriminación no es una forma de violencia como habitualmente se piensa. Es una forma de agresión nociva. Esto último no significa restarles importancia la cuestión, o bajarle los decibeles a la gravedad de la misma.

Si repasamos los convenios n° 98 de la OIT relativo al derecho de negociación y sindicación colectiva, el n° 100 sobre igualdad de remuneración, el n° 111 sobre la discriminación en el empleo y la ocupación, así como también la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, vamos a notar en sus escritos que, “ninguna de estas convenciones, pactos o declaraciones, hace siquiera referencia expresa o tácita a la discriminación, o a cualquiera de sus expresiones como una forma de violencia en el trabajo. Reitero, ninguna de ellas”.

Esto no es casual, porque discriminación es algo distinto a violencia laboral. Lo que tiene su origen en que la agresión es diferente a violencia, e incluso no toda agresión es negativa. Quienes trabajaron sobre la temática sugieren que la “agresividad no es sinónimo de cualidad destructiva”

Más allá de lo anterior, la discriminación es un acto repudiable, cualquiera sea la forma en que se configure, esta vez personificada en COVID-iotas,  y se dirige concretamente a personas que están dentro de un colectivo de trabajo de carácter esencial para enfrentar el COVID-19. 

¿Recapacitarán los COVID-iotas para cambiar sus actitudes y no seguir alimentando este fenómeno? ¿Será que, en caso de contagiarse renunciarán a la atención de médicos, de enfermeros, técnicos del ámbito de la salud, etc.? 

Tengo la impresión que, si enfrentaran ese momento decisivo, el hisopado no se los haría un curandero, y menos aún… si la cosa se complicara un poco más.