MARIA ELISA ANNONE
1. Introducción
En un pasado no tan lejano, la carrera profesional de una persona iniciaba con sus estudios en una universidad o un instituto de formación profesional y tal vez continuaba con una maestría. Posteriormente, la persona buscaba un trabajo relacionado con lo que había aprendido y aplicaba esos conocimientos hasta llegar a la jubilación. En ocasiones, incluso era posible hacer un cambio y trabajar para otra empresa (Sintetia).
Pero la era en la que se permanecía durante décadas en un mismo trabajo o empresa está quedando atrás y es probable que los trabajadores tengan que realizar diversas actividades a lo largo de su vida (Banco Mundial, 2019).
Transformaciones significativas como la globalización, las nuevas formas de organizar el trabajo y los avances en la automatización y la inteligencia artificial, tienen consecuencias importantes en el ámbito laboral (OIT, s/f).
Muchos de los empleos actuales, así como los que vendrán, demandarán habilidades específicas que implican una combinación de conocimiento tecnológico, resolución de problemas y pensamiento crítico, además de habilidades blandas como la perseverancia, el trabajo en equipo y la empatía (Banco Mundial, 2019).
Resulta claro que, para poder seguir siendo empleables, los trabajadores deberán actualizar proactivamente sus competencias o adquirir otras nuevas a través de la formación, la educación y el aprendizaje permanente. Solo así se podrá superar la brecha existente en numerosos países entre las habilidades requeridas por el mercado laboral y las que puede brindar la fuerza de trabajo (OIT, s/f).
Hay una cuestión que no se discute y es la presunción que afirma que la educación es el factor clave para el éxito en la obtención de un empleo y en el desempeño en el mismo (Buchanan, Allais, Anderson, Calvo, Peter y Pietsch, 2020).
La educación no solo crea una población de ciudadanos bien educados beneficiando así al progreso de la economía y de la sociedad, sino que además juega un rol importante en el desarrollo de las distintas ramas del conocimiento y proporciona las credenciales que certifican los procesos de formación de las personas (Buchanan , Allais, Anderson, Calvo, Peter y Pietsch, 2020).
Históricamente la educación formal, que abarca los niveles primario, secundario y superior, ha sido considerada como el camino principal hacia el éxito profesional (Naushad, 2023).
Cabe señalar que el aprendizaje formal es el que tiene lugar dentro de un proceso institucionalizado, reglado y pautado. Por ello sucede en escuelas, institutos o universidades y responde a unos objetivos didácticos, tiene una duración pautada y concluye con una instancia de evaluación y certificación (INTEF, s/f).
Los títulos y diplomas de instituciones con trayectoria han sido altamente valorados por la sociedad por representar un estándar de experiencia y dedicación de parte del graduado. Sin embargo, el mercado laboral que está en rápida evolución y la llegada de la tecnología pone bajo la lupa este reconocimiento (Naushad, 2023).
En un interesante informe de la consultora KPMG (2020) sobre el futuro de la educación superior en un mundo disruptivo, se formula la pregunta acerca de si la edad dorada que las universidades gozaron desde mediados del siglo XX está llegando a su fin.
Al respecto, se señala que muchos empleadores manifiestan estar en la búsqueda de perfiles con competencias que las universidades no enseñan directamente, como son las habilidades sociales, la inteligencia emocional, el trabajo en equipo, la comunicación y gestión del tiempo (KPMG, 2020).
Entonces el titulo ya no sería suficiente para garantizar el acceso al empleo dado que las búsquedas laborales centran sus expectativas cada vez más en las capacidades por encima del conocimiento (Akefe, Carpenter, Lee y Leonard, 2023).
En este escenario la educación superior se enfrenta a varios desafíos. En primer lugar, debe entregar a la sociedad cuadros profesionales con los perfiles y competencias adecuadas para adaptarse a los empleos del futuro. En segundo lugar, debe lidiar con nuevos competidores como son los MOOCs (Massive Online Open Courses). Por último, está el fenómeno de la denominada “inflación de credenciales”.
2. ¿Qué les depara el destino a las universidades?
La universidad es una de las mayores creaciones de la civilización occidental, una institución única dedicada al mundo del intelecto. No surgió de una idea preconcebida, sino que fue el resultado de la interacción entre quienes deseaban aprender y quienes estaban dispuestos a enseñar (Chuaqui, 2002).
Si bien las primeras universidades surgieron a principios del siglo XIII en Europa sus antecedentes se remontan a las escuelas formadas en las catedrales para instruir al clero. A partir del siglo XII, tanto maestros como estudiantes de diferentes lugares acudían a las principales ciudades europeas para enseñar o aprender de manera independiente. Para poder enseñar, los maestros debían contar con el permiso de las autoridades eclesiásticas, que controlaban la educación. En muchos casos, los maestros y alumnos formaron asociaciones para proteger sus derechos y presentar solicitudes a las autoridades. Así surgieron las universidades, llamadas así porque reunían a personas de diferentes orígenes y naciones (Buchbinder, s/f).
Las universidades que fueron el pilar de la educación superior a lo largo de casi mil años desde la creación de la Universidad de Bolonia en 1088 y que se consolidaron como instituciones clave para producir, difundir y evaluar el conocimiento, hoy se encuentran frente a un mundo inestable, marcado por el rápido ritmo de las transformaciones tecnológicas (Borella, 2019).
En estos tiempos de cambio constante, la misión de la universidad y su papel dentro de la sociedad actual quedan en el centro de numerosos replanteos (Borella, 2019).
Por un lado, hay quienes dicen que se volverá obsoleta y que su muerte es inminente y por el otro hay quienes plantean que puede y debe reinventarse. Veamos entonces lo que dicen los que están convencidos de su desaparición y lo que dicen quienes opinan que es posible su reconfiguración.
En un artículo periodístico del diario La Nación que se titula: “Educación: ¿Vale la pena ir a la universidad?”, su autora Luciana Vázquez (2016) señala que en el Global Education & Skills Forum (GESF) llevado a cabo en Dubai, se utilizó el término «irrelevancia» para referirse al peso de la universidad en el mundo actual.
Vázquez (2016) indica que uno de los temas centrales que analizó este foro fue justamente la relevancia o irrelevancia de los estudios universitarios y el rol que cumplen cuando los graduados proliferan por el mundo, pero el desempleo los castiga. Asimismo, destaca que el debate dejó en claro una paradoja: el aumento de la matrícula y la creación exponencial de universidades contrastan con el reclamo de los empleadores, que no encuentran entre los graduados las habilidades que buscan.
Entre los críticos de la relevancia de los títulos universitarios, se planteó la educación vocacional o técnica, tanto a nivel secundario como superior no universitario, así como el modelo de educación continua para adultos ya capacitados, como una opción más efectiva (Vázquez, 2016).
David Roberts miembro de Singularity University, la universidad de Silicon Valley también cuestiona la relevancia de los títulos universitarios cuando señala que esta universidad rompió con el sistema tradicional de certificación porque no otorga títulos ni créditos ya que su único propósito es formar líderes capaces de innovar y desafiar las normas para alcanzar el ambicioso objetivo que la universidad se propuso desde su creación (Torres Menárguez, 2016).
En una entrevista para el diario El País, Roberts dice que: “La mayoría de las universidades del mundo van a desaparecer”. En su opinión el negocio de las universidades tiene los días contados y solo sobrevivirán aquellas que tengan una gran marca detrás” (Torres Menárguez, 2016).
Para Roberts los programas académicos rígidos y la acreditación ya no son relevantes, ya que en los cinco años que suelen durar los grados, los conocimientos quedan obsoletos. En cuanto al modelo universitario tradicional, entiende que solo sobrevivirán aquellas instituciones con una marca fuerte detrás, como es el caso de Harvard o Stanford (Torres Menárguez, 2016).
Por el contrario, Daniel Crespo, rector de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y presidente de la sectorial de Digitalización de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), considera que la universidad: “No sólo no se muere, sino que, si así fuera, tendría que inventarse algo muy similar” (Pérez de Pablos, 2024).
En la misma línea de pensamiento está Santiago Íñiguez de Onzoño, presidente de IE University quien afirma que: “Ya estamos en otro ciclo. Después de la pandemia se ha vuelto a recuperar la demanda presencial. Y, aunque queda muy bien en el currículo poner que has hecho un MOOC en la Universidad de Berkeley, al final es una semana online y eso estamos viendo que en reuniones internacionales que se está ralentizando … la profecía de que iba a haber un cambio de universidad hacia el mundo online y todos esos nuevos cursos se ha convertido en falaz” (Pérez de Pablos, 2024).
3. MOOCs e inflación de credenciales
Me he referido con anterioridad a estas dos cuestiones como retos que se le plantean a la universidad.
Comenzaré por explicar brevemente que son los MOOCs. Se trata de cursos generalmente gratuitos que están disponibles online para que cualquiera pueda inscribirse independientemente de su perfil personal, profesional, socioeconómico, educativo, su ubicación geográfica, etc. y que no cuentan con un límite de alumnos (Smowl Tech, 2023).
Es decir que a diferencia de los cursos en línea tradicionales que cobran matrícula, otorgan créditos y limitan la inscripción a unas pocas docenas de estudiantes para garantizar la interacción con los instructores, los MOOCs suelen ser gratuitos, no otorgan créditos y son masivos (Pappano, 2012).
Entre las principales plataformas de MOOCs encontramos a Coursera, edX, FutureLearn y Udacity (Pickard, Ma y Cortes Mendez, 2024).
Los MOOCs representan una amenaza para la educación formal porque implican que una enorme cantidad de información ahora esté disponible en línea de forma gratuita, lista para ser vista, escuchada o leída en cualquier momento por cualquiera que esté conectado (Kak, 2018).
Analicemos ahora otro fenómeno que acecha a las universidades y que es la denominada “inflación de credenciales”.
Las credenciales son certificaciones que validan la calificación, competencia o autoridad de una persona, emitidas por una entidad con la autoridad pertinente o reconocida para hacerlo. En el ámbito académico, las credenciales, como diplomas, certificados y títulos, se utilizan para dar fe que un estudiante ha completado con éxito programas específicos de formación o educación, así como exámenes. Obtener estas credenciales a menudo abre puertas a mejores oportunidades laborales y mayor movilidad económica (Libretexts Español, s/f).
Con el tiempo, las credenciales pueden disminuir en valor especialmente a medida que cada vez más personas obtienen esa credencial. A este proceso se lo conoce como inflación de credenciales y cuando esto ocurre los individuos tienen menos ventaja comparativa en el mercado laboral (Libretexts Español, s/f).
Un ejemplo claro de inflación de credenciales es el caso del MBA. En las décadas de 1970 y 1980, los MBA monopolizaban los trabajos mejor remunerados en negocios y finanzas. Debido a que el MBA se había convertido en el título preferido, universidades de todas partes comenzaron rápidamente a ofrecer todo tipo de certificados, diplomas y títulos en negocios, finanzas, contabilidad, marketing, gestión y campos relacionados. Predeciblemente, a medida que el número de graduados en negocios se inflaba, su valor comenzó a disminuir y los MBAs de hoy en día se enfrentan a graves problemas de desempleo y subempleo (Allahar, s/f).
Bryan Caplan, profesor de Economía de la Universidad George Mason de Virginia, Estados Unidos y autor del libro «El caso en contra la educación: por qué el sistema educativo es una pérdida de tiempo y dinero” considera que la mayoría de las universidades pagas no enseñan habilidades útiles para el mundo laboral. Afirma que lo único que te dan son certificaciones “que se pegan en tu cabeza como si fuesen etiquetas, y parece que si una persona tiene mejores calificaciones y más certificaciones tendrá mayores chances de conseguir un buen trabajo” (Llorente, 2018)
Caplan también habla del concepto de inflación de credenciales en estos términos: “Mientras la calidad educativa de la fuerza laboral crece, la cantidad de educación que las personas tienen para el mismo trabajo que sus padres o abuelos tuvieron también crecerá. La principal razón por la que los trabajadores estadounidenses están mejores educados no es porque los puestos de trabajo demandan mayores capacidades cognitivas que hace 50 o 70 años atrás. Ahora los meseros, secretarios, trabajadores de hoteles tienen más educación de lo que solían tener. Y curiosamente algunos trabajos demandan menos que en el pasado, antes los meseros te cobraban en la mesa, ahora hay una máquina que lo hace” (Llorente, 2018).
Preston Cooper (2023) en un artículo que escribió para la revista Forbes manifiesta su preocupación por una tendencia según la cual los empleadores exigen cada vez con mayor frecuencia títulos de grado para puestos de trabajo de bajo salario y señala que desafortunadamente, la tendencia ya no se limita a los títulos de grado, sino que también se observa un número creciente de trabajadores de ingresos bajos y medios con títulos de posgrado.
Cooper (2023) explica que en teoría la educación de posgrado debería permitir a las personas alcanzar niveles de ingresos más altos, pero que lamentablemente el aumento en la obtención de títulos no siempre se ha traducido en movilidad económica y en cambio, muchos trabajadores han permanecido en los tramos de ingresos más bajos, viendo únicamente cómo sube su nivel educativo.
Shaulis, (2024) al analizar si vale la pena tener un título universitario considera que exceptuando el caso de ese reducido porcentaje de estudiantes realmente buenos que llegarán hasta los grados educativos más avanzados y se convertirán en científicos y profesionales bien remunerados, la creciente desilusión con el valor de los títulos universitarios provocada por la inflación de credenciales puede llevar a más personas a buscar rutas alternativas para ganarse la vida. En esta resolución puede incidir el hecho de que las grandes fortunas de la era de la tecnología de la información pertenecen a emprendedores que abandonaron sus estudios para aprovechar oportunidades que recién comenzaban, en lugar de esperar a obtener un título.
4. La universidad que necesitamos
Históricamente las instituciones de educación superior fueron las responsables de proporcionar tanto el conocimiento como los recursos humanos. Pero en el mundo de hoy las características de estos dos requerimientos está en constante cambio y las incertidumbres dominan el futuro socioeconómico humanos (Reza, Ghaboulian, Firouzeh, Taghikhah y Roshani, 2024).
Esto hace que anticipar líneas para el futuro sea difícil e impide que podamos asegurar que la universidad les garantizará a quienes obtengan un título, la inserción social y el sostén económico como otrora (Cabo, 2024).
Esto sucede porque a medida que las industrias evolucionan y la tecnología avanza, surgen nuevos roles y los roles existentes exigen nuevas habilidades. Sin embargo, los sistemas educativos tradicionales no avanzan a la par, ya sea porque tienen planes de estudio que fueron diseñados hace años o tienden a enfatizar en conceptos teóricos y conocimientos académicos que no siguen el ritmo de estos cambios, dejando a los graduados mal preparados para los requisitos laborales actuales (Naushad, 2023).
Para que la educación tradicional continúe cumpliendo el rol de facilitar la inserción laboral de sus graduados, necesita incorporar una formación basada en habilidades que esté disponible para las personas en cualquier momento de sus vidas, porque las búsquedas laborales podrían ser para roles que aún no existen en industrias que ni siquiera podemos imaginar (Llopis, 2022).
Dan Levy, profesor e investigador de Políticas Públicas en la Universidad de Harvard en una entrevista para el diario La Vanguardia dijo que: “Cuando la mejor clase de cualquier asignatura está al alcance de cualquiera en cualquier momento y lugar, los docentes y las universidades tienen que replantearse qué están aportando”( Amiguet, 2017).
Para Levy (2017) las universidades tienen que enfocarse en lo que pueden enseñar mejor que nadie y por eso solo seguirán funcionando las que se repiensen a sí mismas en la sociedad digital, las que aporten valor, porque las otras ya no van a hacer falta.
Las universidades que quieran mantener su relevancia y no quedar fuera de juego deberán proveer a sus alumnos una formación que combine el conocimiento rígido y específico de cada disciplina, junto con soft skills que les permitan llevar a la práctica los conocimientos y adaptarse a los cambios permanentes del mercado laboral (Borella, 2019).
Entre ese conjunto de habilidades y herramientas que ayudan a navegar la incertidumbre y la complejidad de nuestros tiempos, se encuentran el pensamiento crítico, la adaptabilidad, la ciudadanía global, la resiliencia y la creatividad (Maury, 2023).
También deberán tomar en cuenta que el futuro de la educación superior será individualizado, porque al operar a gran escala y con tecnología se puede personalizar la educación (Llopis, 2022) .
Al respecto, Débora Schapira, especialista en Políticas Educativas y coordinadora pedagógica en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) manifiesta que : “La IA provee elementos de análisis para el diagnóstico cognitivo y personalizado de cada alumno, estilos de aprendizaje, desempeño, perfiles psicosociológicos y motivaciones. Esto permite implementar modelos de aprendizaje adaptados según las necesidades de cada estudiante” (Borella, 2019).
Habrá una necesidad de una formación más breve, coyuntural y actualizada y por ello las universidades deben prepararse para recibir estudiantes que aprenden durante toda su vida, ampliando su oferta de “microcredenciales” o trayectos formativos más cortos, que pueden durar desde semanas hasta un par de años (Dillon, 2023).
Estas “microcredenciales” serán tanto para personas con o sin título universitario y apuntarán a la promoción en el trabajo o a la actualización y gran cantidad de ellas serán para aprender a aplicar la IA en una determinada área laboral (Pérez de Pablos, 2024).
Con respecto a cuál será el papel del profesor universitario y si existe riesgo de que sea reemplazado en su función, Alejandro Artopoulos, director académico del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés explica que: “vivimos en una sociedad que produce mil veces más conocimiento que hace cincuenta años, y este conocimiento depende de la colaboración, del trabajo en equipo. Entonces, pasamos de un docente que trabajaba en forma individual con un conocimiento que podía dominar y que podía ser referente para sus estudiantes, a un docente que está frente a un conocimiento súper complejo del cual maneja solo una parte y que, para generar aprendizajes significativos, tiene que trabajar en equipo con otros docentes que, a su vez, manejan otra parte del conocimiento y así lograr estrategias de enseñanza eficaces, como la enseñanza basada en proyectos o en fenómenos, en acontecimientos” (Zunini,2024).
La misión del profesor ya no será la de ser un mero transmisor de conocimiento, sino que deberá ser un guía sobre lo que el alumno tiene que aprender, deberá diseñar el plan de estudio, para luego, en la clase, resolver sus dudas, ponerlo en práctica o completar esos conocimientos con los conocimientos de un buen docente (Pérez de Pablos, 2024).
Deberá brindar lo que Mariana Maggio (2012) denomina enseñanza poderosa y que es la que se caracteriza por dar cuenta de un abordaje teórico actual, la que permite pensar al modo de la disciplina, la que mira en perspectiva, la que está formulada en tiempo presente, ofrece una estructura que en sí sea original, conmueve al alumno y perdura en el tiempo.
5. Conclusión
Zabalza (2013) dice que innovar no es sólo hacer cosas distintas sino hacer cosas mejores.
Para mantenerse relevantes, las universidades deberán reinventarse con una enseñanza diferenciada y de calidad, con cursos de formación más cortos y contenidos focalizados.
Tienen que centrarse en las nuevas necesidades de las personas y prepararse para recibir estudiantes que aprenden durante toda su vida y que por ello necesitan desarrollar habilidades en un período más largo que el tradicional título de cuatro o cinco años (Thuriaux-Aleman, Guyomard-Norman y Survé, R., 2023).
Por último, deberán contar con docentes que no dictan clases teóricas sino que como dice Fernández Enguita abandonan la lección tradicional, promueven el aprendizaje autónomo (apoyado en soportes más interactivos), entre pares (colaborativo) y con la comunidad, diseñando entornos, situaciones, experiencias y procesos de aprendizaje (Borella, 2019).
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NOTAS AL PIE
1 Abogada (Universidad Nacional de Rosario). Inspectora del Trabajo del GCBA. Máster en Derecho Empresario (Universidad Austral). Máster en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales Internacionales (Universidad Nacional de Tres de Febrero). Doctora en Derecho del Trabajo, Previsión Social y Derechos Humanos (Universidad de San Carlos de Guatemala). Especialista en Derecho Económico (Université Catholique de Louvain). Especialista en Docencia Universitaria en Ciencias Económicas y en Diseño de la Enseñanza con Tecnologías en el Nivel Superior (UBA). Docente de grado en la Universidad de Buenos Aires, ESEADE, Universidad Kennedy, Universidad del Museo Social Argentino y de posgrado en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Universidad Tecnológica Nacional- Sede Delta y ESEADE.